Explicándonos la economía de manera divertida en su libro “Economía de colores”, Xavier Salas nos habla de Mansa Musa I, considerado como el hombre más rico que haya existido jamás. Cinco veces más rico que Bill Gates, si calculásemos su fortuna en dólares actuales.

Musa gobernó su reino en el siglo XIV, y en ese entonces más de 60000 sirvientes preparaban su almuerzo, cuidaban sus camellos, decoraban sus palacios, diseñaban su ropa y organizaban sus viajes. Pero a pesar de su inmensa riqueza, Musa no podía tomar una aspirina para aliviar el dolor, nunca probó el chocolate, no tenía inodoro, ni electricidad, ni espejuelos, y sus mensajes llegaban meses después de enviados con emisarios en camellos.

Toda esas comodidades que Musa nunca llegó a conocer están sin embargo al alcance de casi cualquier ciudadano común en el mundo actual. Salas nos pone este ejemplo para que nos diésemos cuenta de que la riqueza no es solo la cantidad de dinero o de oro que se tenga, si no la cantidad de cosas que se pueda disfrutar. ¿Qué harías solo en una isla desierta con mil millones en efectivo?

Es la capacidad de los seres humanos de intercambiar bienes y servicios (que no la tienen los animales) lo que ha permitido el progreso y los niveles de bienestar actuales. Cuando comenzaron a intercambiar los unos con los otros, también se especializaron en lo que eran buenos produciendo, y lo hicieron mejor cada día.
Y mientras más favorecieron los gobernantes este intercambio comercial, más rápido sus ciudadanos abandonaron la pobreza. Y poco a poco llegaron al mundo de hoy, donde una persona corriente entra a un restaurante y, sin tener esclavos, logra que miles de personas hayan trabajado para ella: las que cultivaron los vegetales, las que pescaron el atún, las que lo transportaron, los cocineros y camareros, el propietario del local y quien lo decoró.

El comercio y la especialización permitieron, como por arte de magia, que el bienestar se esparciera mucho más allá de un grupo de privilegiados, y que gente común viviera mejor que el más rico de todos los ricos. No obstante, todavía hay gobiernos que se empeñan en entorpecer la magia, imponiendo barreras y dificultando procesos. Privando a sus ciudadanos de un sistema que, cuando se deja libre, solo puede calificarse de milagroso.

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