Lo que otorga trascendencia a un filme es que sea creíble, verosímil. Este lo es por el contrapunto entre la historia de venganza –su hilo argumental– y las rogaciones de misericordia que se elevan al Altísimo mediante oraciones y cánticos de “palo llorao” tal cual sectas religiosas y que son condiciones sine qua non a culturas caribeñas. Usa reportajes televisivos; montaje de ceremoniales religiosos, con ritos planificados pero que salen con asombroso rastro documental: gente interpretándose a sí mismas y cuyas rutinas la cámara devora con ansia. Esa historia de venganza aún tiene espacio para dar pinceladas de la realidad social dominicana, en tres actos: la ciudad de carros y cemento, el campo con sus desventuras y la vuelta a la ciudad burguesa que se traga todo. Dividida en estaciones, va numerando insatisfacciones y desajustes, disconformidades, machismos, explotación usurera, atraso ideológico y extravíos culturales que hacen de la muerte violenta una cotidianidad. Se refugia en variaciones repetitivas de formato de pantalla 16:9/4:3, en cortes a blanco y/o negro o color combinando con tomas de fuertes matices. Y empleo de largos planos anticlimáticos: tomas en 360 grados, a la vez que estacionarias en otras escenas. Desconstruye con los enredosos claroscuros y desconcertantes ángulos que rompen convenciones narrativas. El mayor logro es el excelente universo sonoro que imprime aclimatación con el espacio off que atraviesa toda la estructura del filme desafiando nuestra imaginación. El personaje central, Alberto, es el de mayor desarrollo: desde un humilde evangélico amante de la paz a un individuo retorcido que vuelve a su trabajo y sus empleadores no se imaginan quién es ahora aquella fiera que ha cambiado en cuestión de días (en su primera escena aparece con un machete empuñado y, ciertamente, se siente amenazador la manera en que lo agarra mientras habla con la jefa de la mansión donde es apenas un enganchado a jardinero) –Quien ha sentido ira y ansias de venganza, sabe que no es dulce, que es amarga y aflige por siempre–. Pues bien, las actuaciones con delirio naturalista son abundantes en expresividad gestual y verbal, pero el director les niega primeros planos o les corta la mitad de la cabeza y les niega luminosidad; diálogos triviales que terminan en refunfuños dan toques de humor. Con guión y dirección de Nelson Carlo de Los Santos aporta con su experimental arquitectura visual a la cinematografía RD, ésa, la auténtica, la que se va definiendo con filmes como este. ¡Inspirador!

HHHH Género: drama religioso. Duración: 106 minutos

Posted in Crítica Cine

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