Decir para siempre, a veces no es en realidad algo definitivo. Muchas veces solo nos referimos a que será por mucho, mucho tiempo.

En algunos casos este “mucho tiempo” hace alusión a varios años, en otros, solo a unos pocos, que siendo años, pocos o muchos siempre serán considerados como un largo período de tiempo.

Cada cosa, cada situación, cada etapa de nuestra existencia tiene su fecha de caducidad, no en vano existe la frase que reza que: “Nada es para siempre”. Ni siquiera aquello que más anhelamos, amamos y que luchamos por perpetuar.

Ni siquiera la vida a la que nos aferramos como si en verdad nos perteneciera, ni los espacios, ni los amores, ni las cosas materiales que hemos adquirido, algunos con grandes esfuerzos y sacrificios, nos durarán para siempre.

“Para siempre” es solo el anhelo de ir más allá del tiempo y el espacio que nos es concedido como una compensación propia de nuestra condición humana.

Es parte del afán de las personas por eternizarse en lo que sea, pero no pasa de ser un mero deseo, una ilusión.

En verdad, las cosas existen mientras nos son útiles, mientras las queremos y las necesitamos. Mientras nos importan.

Lo mismo pasa con los dueños de nuestros afectos y con el afecto que otros nos dispensan.

Incluso, a veces no hace falta morir para dejar de existir en el corazón de alguien que ha decidido olvidarte, y en otras ocasiones ni la muerte logra llevarse del todo a quien hemos querido. A veces da lo mismo quedarse que irse lejos.

En muchos casos, un “para siempre”, es una promesa que deseamos cumplir a toda costa, es la más firme convicción de nuestros sentimientos, pero múltiples razones se interponen entre el deseo y la realidad.

A veces no depende solo de nuestra voluntad, en muchos casos tiene mucho que ver el terreno en que hemos sembrado esa promesa, y el nivel de compromiso de las manos a las que les confiamos su cuidado.

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