Con tal de recaudar, y aumentar el poder sobre sus súbditos, los gobernantes dicen muchas mentiras.

Una de las cosas que dicen es que si se aumentan las tasas a la banca, la principal víctima será el multimillonario banquero, que gana demasiado. Pero no nos dicen que lo primero que hace un banco cuando le obligan a pagar más es trasladar ese costo a sus clientes. Esto es, al ciudadano común como usted y como yo.

También dicen: “aumentemos los impuestos para que el gobierno pueda gastar más y así crear más empleos”. Y con esto quieren que creamos que el gasto público es una varita mágica que genera prosperidad. Si fuese así el Gobierno no tendría más que gastar y gastar hasta que todo el mundo tuviese empleo. Esta forma de pensar ignora por completo los efectos negativos del aumento de impuestos sobre los que de verdad son capaces de generar empleos productivos: los ciudadanos libres a través de sus proyectos profesionales y empresariales.

Nos dicen además que la época feudal era mucho peor que ésta, porque un grupo de señores perezosos obligaban a sus siervos a trabajar para ellos. Que la aversión a pagar impuestos estaba justificada en esa época, pero no en la actual, porque los ciudadanos de hoy saben que pagan para “edificar el Estado de bienestar”.

Esta es otra mentira. A los ciudadanos de hoy les disgusta bastante que le quiten lo suyo para financiar lo que entienden como un asistencialismo comprador de votos, que a nadie ha sacado de la pobreza. Y perciben al político recaudador igual que al señor feudal, porque también gana su sustento con el sudor de los demás (¿o es que acaso lo gana de otra forma?).

Todo se nos vende de una manera que si uno se atreve a cuestionarlos, parecería que está a favor del desempleo y la pobreza, porque atenta contra los virtuosos elegidos para acabar con estos males. La fuerza fanática del dogma progresista los ampara. Y el que los desafíe es simplemente descartado por reaccionario o radical. Les es más fácil insultar que convencer.

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