A través del tiempo, por nuestras propias experiencias y por las de las personas que nos rodean, nos damos cuenta de que siempre queremos algo, en diferentes momentos, etapas y situaciones de la vida.

Anhelamos algo que no tenemos, podemos tenerlo todo, pero siempre surgirá ese algo y a veces hasta ese alguien, que deseamos con toda el alma y con su aparición en nuestros anhelos, nace también el sentimiento de frustración, de tristeza e impotencia. Nacen también las fuerzas por alcanzarlo. Algunas veces esas fuerzas llegan acompañadas de las mayores virtudes, otras, nos llevan a despertar los más bajos instintos para alzarnos con nuestro objetivo, desprovistos de toda razón y sin el más mínimo sentido de justicia.

Luchamos con denuedo, sin tregua, utilizamos nuestras mejores armas, echamos mano de todos nuestros recursos, no nos limitamos, ni amilanamos ante nada. Somos fuertes, valientes y decididos cuando nos lanzamos tras un objetivo.

Es así como descuidamos todo lo que tenemos, todo aquello por lo que antes luchamos con igual determinación. Lo hacemos una y otra vez, y no notamos que es una actitud recurrente, que siempre andamos detrás de algo, cuyo mayor atractivo es la dificultad para conseguirlo, pero que deja de ser tan importante, después que lo hemos alcanzado y muchas veces se vuelve un estorbo, cuando avistamos otro objetivo que se transforma en motivo de nuestros desvelos.

Establecernos metas y trabajar duro hasta alcanzarlas es una de las razones de nuestra existencia. No conformarse y siempre pensar que se puede llegar más lejos, más alto, es una de las claves del éxito, pero debemos tener cuidado y no dejar espacio a la vanidad que nos guía por las sendas peligrosas de la ambición desmedida o la soberbia que nos convierte en caprichosos e insatisfechos.

No hace falta un ejercicio muy complicado para darnos cuenta que pocas veces nos sentimos conformes o felices con lo que poseemos; vemos con admiración las posesiones y virtudes de los otros, ignorando nuestras fortalezas. Despreciamos lo que poseemos, asegurando que lo que queremos y no tenemos es lo mejor.

Sin embargo, es tan breve el tiempo que disfrutamos al conseguir aquello por lo que tanto luchamos y hasta sufrimos, que muchas veces se pregunta uno si habrá valido la pena tanto esfuerzo.

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