El Rubicón es un río de pocos kilómetros de estrecho caudal del nordeste de Italia. Durante el imperio romano, se les prohibía a los generales cruzarlo con sus ejércitos. La prohibición tenía una finalidad. El río dividía y servía de frontera entre la República de Roma y la provincia de la Galia y protegía a la primera de invasiones militares. Medio siglo antes de Cristo, Julio César, ordenó a sus tropas cruzarlo iniciando la guerra civil, con el dicho siguiente: “La suerte está echada”. La frase “cruzar el Rubicón” se interpreta desde entonces como exponerse a una situación en extremo riesgosa, de fatales consecuencias.

Entre nosotros, muchos políticos suelen lanzarse al Rubicón, pero el intento no ha sido cruzarlo sino navegar hasta su desembocadura. Y como el río no se bifurca al llegar al mar, no encuentran un delta donde refugiarse. Pudiéramos estar ante un nuevo intento de cruzarlo con la orden, más que una directriz, de imponerles a los diputados del PRM, la obligación de votar por una ley de partidos políticos con las llamadas primarias cerradas contradiciendo la posición que sus líderes han sostenido en años recientes. ¿Puede un partido obligar a su gente a entrar en riña con sus convicciones?

En el 2015, mientras batallaba por la candidatura, Leonel Fernández criticó con un juego de palabras el descenso de la “calidad” en su partido, atribuyéndolo al proceso del pase de una organización de cuadros a un partido de masas. Como resultado de ello, los vicios de las primarias cerradas de entonces para escoger un puñado de candidatos a cargos menores degeneraron en alteraciones de padrones y violencia con un saldo de dos muertos. Olvidaba que ese descenso de calidad ocurrió en su presidencia y bajo su liderazgo partidario. De nuevo intenta ahora cruzar el Rubicón oponiéndose a las primaras abiertas, sin contar con el ejército que Julio César llevó consigo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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