Generalmente desarrollamos el intelecto y no el espíritu. El desarrollo del espíritu es el principio de nuestra madurez. Maduramos al comenzar a entender que necesitamos fe para aquello que no podemos entender, confianza para lo que es necesario creer, y paciencia para terminar de entenderlo todo, así como para continuar aquello que Dios ya me hizo entender. La madurez comienza cuando la insensatez cesa. Pero algo es definitivo, hay cosas que aunque no las entendamos seguirán su curso, sucederán. Cada proceso nos va madurando y simultáneamente las circunstancias se aclaran y mejoran. No importa cuanto ignoremos algo, no por ello detendremos las consecuencias; hemos de dar cuentas por lo que sabemos y no hacemos, y lo que entendimos pero no aplicamos. Madurar no es demostrar ser fértil, ¡es practicar lo fructífero!

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