De manera fortuita, conocí a una mujer quien, al conversar conmigo, me habló de su regreso a República Dominicana después de haber vivido por 35 años en los Estados Unidos. Pero no son los años que permaneció fuera lo que me hizo cuestionarla sobre su regreso, sino su rol durante este tiempo. “Llegué a hacer una especialidad, a través de la cual conseguí un contrato de trabajo. Durante décadas estuve en KRAFT, obteniendo cada vez posiciones más altas, llegando a ser Vicepresidenta Global, la mayor posición en una de las empresas más conocidas del mundo dentro del renglón de alimentos”. Su madre, por igual (estaban juntas en la reunión), estuvo casada con un prominente médico dominicano, también asentado en los EE. UU., con gran fama en Puerto Rico. Sin embargo con la posibilidad de ubicarse donde quisieran, ambas quieren terminar sus vidas en su país.
“Estoy preparando mi curriculum para enviarlo a empresas multinacionales fuera del país, domino varios idiomas, tengo un PhD, pero me quiero ir de aquí, no hay futuro”, es la expresión de un joven de clase media alta, que reside en Piantini, con un vehículo del año, buen trabajo, pero entiende que hay que irse. Otra joven, casada, con tres niñas, apartamento propio, cada uno con su vehículo, pero entiende que “hay que irse”.
Carmen, trabaja desde aquí con una empresa multinacional, gana miles de dólares, soltera, pero en una conversación conmigo, donde la felicito por sus logros, también me dice: “Pero me voy de aquí”. ¿Y entonces? ¿Qué sucede? ¿Qué anda mal o quiénes están mal? Si te pones a ver, los países del área, así como también otros de diferentes continentes, tienen tanto o más problemas sociales que nuestro país. Cuando tienes problemas en tu familia, con tus hijos, hermano o con cónyuge, ¿vas a empacar y te vas, o harás lo posible para que esta se mantenga luchando por su bienestar, sanándola y buscando la forma de que no se desintegre? Basta ver con los dos ejemplos del principio para entender cuánto tenemos, el valor de nuestra sociedad.
