Una discusión que ha mantenido enfrentados a los filósofos de todos los tiempos gira en torno a las probabilidades de que el hombre pueda ser arquitecto de su destino, de que su vivir esté determinado por realidades genéticas y ambientales o de que el azar de manera inexorable se imponga en lo que sería su existencia. Miguel Ángel Cordero, militar, escritor, psicólogo y abogado, entra en la milenaria controversia con La Profecía; El destino de Israel, haciéndole un llamado al lector: “Descubre el propósito de tu vida”. Se inscribe entre los que entienden que el individuo es el timonel que conduce la barca de su destino, ya sea a puerto seguro o al despeñadero.

Cordero recurre al diálogo, al estilo de Sócrates en la mayéutica que conocemos gracias a Platón, donde preguntas y respuestas se tornan infinitas en un esfuerzo por hacer parir verdades como su madre, la partera ateniense, ayudaba al nacimiento de vidas humanas. Israel, el protagonista, puede ser cualquier persona. A él van dirigidas sentencias como “vas a cosechar lo que siembras, es la ley del karma o como quieras llamar, pero es una ley Divina”, “un amigo sincero es el que te apoya con desinterés en los momentos difíciles”, “tu compromiso es descubrir por qué naciste”, “la vida es un compás regulado por la misericordia de la espera”, “eres lo que buscas, y todavía no te das cuenta”.

Israel conversa con ríos y árboles, como el Siddhartha de Hesse, y en ocasiones un anciano solitario le responde en el desierto: “yo soy tú”. En la novela todo es unidad.

Las enseñanzas de Buda, Jesús y Mahoma se conjugan con principios existencialistas sobre el tiempo, el ser y la nada, muy especialmente en lo que respecta a la responsabilidad del hombre para decidir y elegir. Pensadores como Ortega y Gasset entienden que el hombre es él y su circunstancia, en tanto que Balaguer cree que el destino se impone. Se trata de un libro para leer, releer y debatir.

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