La prensa dominicana ha jugado un papel descollante en el proceso de desarrollo democrático del país. Esa es una realidad innegable, que no le puede ser regateada y que resiste cualquier análisis e interpretación histórica, por más prejuicios de que vaya revestida.

Sin embargo, hay una debilidad estructural en ella estrechamente vinculada a su propio crecimiento y desarrollo. El país despertó muy rápido a la democracia y de un largo período de tiranía y oscurantismo salió a un régimen de libertades públicas y ejercicio democrático sin un paréntesis previo. De la noche a la mañana surgieron decenas de periódicos, noticiarios de radio y televisión que se llenaron de personas sin destrezas periodísticas ni concepto de la responsabilidad que ese oficio conlleva. La necesidad creó profesionales y la especialidad dio paso a la improvisación. De ahí que muy buenos reporteros, con fama en la sociedad, escribieran haber sin “h”, acentuaran la palabra “dijeron” en la última sílaba y pensaran con faltas de ortografía, las que afortunadamente no se ven en los programas de entrevistas y comentarios.

Esta no es una generalización ¡Dios me cuide de ellas!, sino una reflexión al amparo de las extravagancias que me permite el clima de libertades existentes en nuestro país en los últimos años, y respecto a la cual habrá, sin lugar a dudas, muchos desacuerdos. Pero se hace de absoluta necesidad que los medios de comunicación, periodistas, columnistas y entrevistadores, aceptemos como natural y beneficioso el que la prensa como institución acepte la crítica que tan libremente ejerce contra terceros. Sobre todo porque ese ejercicio acabará resultando uno de los pilares más sólidos de las garantías de la libertad de prensa.

Sólo cuando los periodistas aceptemos la crítica, la existencia de una prensa libre estará bien justificada.

Posted in Edición Impresa, La columna de Miguel Guerrero, Opiniones

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